La marcha denominada del silencio realizada ayer en Colombia, no logró silenciar los gritos del sectarismo que vive el país, pero fue un llamado multitudinario contra la violencia política y eso es lo que importa.
Convocada por sectores del uribismo, la movilización se inscribe en la reacción al atentado contra Miguel Uribe Turbay, senador del Centro Democrático. Hecho condenable sin matices, ya que la violencia es una amenaza directa a la democracia y a la posibilidad de un debate plural y pacífico.
En ciudades como Pasto, la convocatoria tuvo una acogida marginal. Convocada por dirigentes de derecha como el representante conservador Daniel Peñuela, la movilización no logró reunir una asistencia significativa.
Pero en otras ciudades como Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, la marcha fue, sin duda, una expresión de solidaridad masiva a un dirigente político atacado, y eso merece respeto.
En Colombia no se debe silenciar el disenso, se necesita que cada vez sean más los diálogos con todas las voces para lograr unos mínimos que nos permitan ejercer la política defendiendo con pasión los postulados, sin las descalificaciones ni señalamientos vulgares, ni menos con acciones armadas que pretendan eliminar a los actores políticos o sociales.
Hoy, la tarea urgente es defender la vida de todos y todas. La paz se construye desde el reconocimiento de la diversidad y el conflicto como parte de nuestra historia compartida.