Chapileros del piedemonte nariñense piden formalización de su actividad al gobernador

Ante el abandono estatal y el desplome de la panela, los campesinos de Mallama, Ricaurte y Barbacoas han encontrado en la producción de chapil una alternativa de vida, pero sin respaldo institucional.

En medio de la difícil situación económica que afecta a las zonas rurales del departamento de Nariño, las comunidades del piedemonte costero han alzado su voz para exigir la formalización de una actividad que consideran vital para su subsistencia: la producción y comercialización del chapil, un aguardiente artesanal derivado de la caña de azúcar. Productores de municipios como Mallama, Ricaurte y Barbacoas aseguran que esta labor, aunque históricamente estigmatizada, representa hoy la única salida frente a la crisis.

La caída sostenida en el precio de la panela, que se ha prolongado por más de una década, dejó a cientos de familias campesinas sin opciones viables de ingreso. Frente a este panorama, muchos transformaron sus trapiches en pequeños destiladeros, dando paso a una economía informal basada en el chapil. Actualmente, cerca del 80% de las 1.800 hectáreas sembradas con caña panelera en la región se dedican a esta producción, generando empleo y garantizando el sustento básico de numerosas familias.

Pese a su importancia, esta actividad continúa siendo criminalizada por las autoridades. La falta de normativas claras y el rechazo de las entidades gubernamentales han obligado a los productores a operar en la clandestinidad, lo que incrementa los riesgos legales y de seguridad. “Nadie se ha muerto por tomar chapil; al contrario, es saludable”, señaló un agricultor de Mallama, quien defiende la calidad del producto frente a la estigmatización promovida por monopolios y sectores que desconfían de esta economía popular.

Desde las comunidades se hace un llamado urgente a la Gobernación de Nariño y a las alcaldías locales para que reconozcan y regulen esta práctica. Los chapileros no buscan subsidios ni privilegios, sino la posibilidad de trabajar con dignidad, sin temor a persecuciones. “No queremos más clandestinidad. Queremos ser parte de la economía formal y aportar al desarrollo de nuestras regiones”, concluyó uno de los voceros del sector.

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