El histórico objeto sustraído en 1974 por el M-19 fue devuelto a las instituciones en 1991. Hoy, su uso político reabre el debate sobre la propiedad simbólica de un emblema que representa al pueblo colombiano y no a un grupo en particular.
La espada de Simón Bolívar es patrimonio del pueblo colombiano. Su significado histórico, ligado a la gesta libertadora del Padre de la Patria, no puede reducirse a un episodio ni atribuirse a un movimiento político, por emblemático que sea. Así lo recuerdan muchos ciudadanos tras las más recientes apariciones del símbolo, en especial luego de que el presidente Gustavo Petro la desenvainara en un acto público del Primero de Mayo, en respaldo a la consulta popular que propone su gobierno.
El arma fue robada el 17 de enero de 1974 por el Movimiento 19 de Abril (M-19) en un acto que marcó el inicio de su accionar subversivo. El hurto fue justificado entonces como un gesto de ruptura simbólica con el poder establecido, pero también dio paso a una etapa de violencia. Cuando el M-19 firmó la paz e ingresó a la vida democrática, uno de sus líderes, Antonio Navarro Wolff, la devolvió oficialmente el 31 de enero de 1991 en una ceremonia en la Quinta de Bolívar.
Durante el empalme entre Iván Duque y Gustavo Petro, la espada fue presentada como parte del protocolo, y el nuevo presidente ordenó exhibirla en la Plaza de Bolívar durante su posesión. Desde entonces, su aparición en espacios políticos ha generado controversias. Pero lo cierto es que la espada no le pertenece al M-19, ni a la izquierda ni a la derecha. Le pertenece a la historia compartida de Colombia.
El Libertador, contradictorio y complejo, ha sido invocado por múltiples corrientes ideológicas. Algunos sectores conservadores lo han reivindicado por su lucha por el orden institucional y su resistencia a las revoluciones sin dirección. Sin embargo, Bolívar trasciende cualquier apropiación partidista: su figura encarna el sueño inacabado de unidad y soberanía en América Latina.
En una Colombia agobiada por la polarización, quizás sea momento de recordar que Bolívar no es propiedad de nadie, sino legado de todos. Su espada, como su memoria, debe permanecer al servicio del respeto, la institucionalidad y la dignidad de un pueblo que aún busca caminos de reconciliación.
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