Por: Everth Yela | everthyela@gmail.com
Y arriesgándome a transitar un camino ya bien hecho y apisonado por el peso de la razón y la historia por parte del filósofo Heidegger, me atreveré a copiar su título, buscando que unas cuantas letras puedan ojalá sumarse a la lectura de una vida en la provincia.
Cámara, gafas, carioca, overol, pañoleta, tenis, cuellos, bloqueador, sombrilla, bancos, agua, butacas, cuerdas, cartones, cosméticos y más y más y más son las cosas que ahora se hicieron imprescindibles en nuestro carnaval de negros y blancos. Verse desprovisto de uno de estos elementos indicaría improvisación, falta de planeación, desconocimiento o ingenuidad. Sin embargo, quiero narrar una experiencia distinta de la que pude ser parte en la provincia, una dinámica por fuera del frenesí donde el carnaval se siente y se vive diferente.
Día domingo, apenas salidos de misa, 5 de enero —seguro— el más manchado de los días de carnaval demandaría más aún el detalle de los elementos propios de la fiesta, sin embargo, ajenos y cándidos a la demanda de las proporciones de la algarabía, adultos, jóvenes, viejos y niños quizá olvidaron esas demandas y vestidos con la mejor ropa posible como demanda la tradición, todos se habían dado cita a misa de 12:00 en la iglesia del pueblo, donde apenas terminaría daría paso al tumulto y la fiesta.
Salidos del santo oficio, nadie huyó a resguardarse de la pintura o el color, de la espuma o el bullicio, todos permanecieron en su plaza, a la espera de los danzantes, los osos de fantasía, y los sainetes que anteceden la locura del color. Mientras se escuchaban las sirenas y los tambores que dan inicio al juego, saltaba a la vista que mucha de esa ropa era nueva: se veían vestidos de tela, zapatos limpios, camisas de cuello, sombreros de paño, incluso ruanas, quizás las mismas que hacía poco se habían usado con elegancia para el 25 o el 31 de diciembre. ¿Y cómo sería posible maniobrar con una ruana una avalancha de tinta o una nube de espuma, o emprender carrera entre tanta gente y con zapatos formales? Esta gente parecía estar en otro tono de carnaval, o sería acaso que ellos eran inmunes al juego y no participarían del jolgorio.
Conforme avanzó el desfile, todos se agolparon a las calles, a los andenes y a la plaza. La risa de los niños iniciaba el juego, carreras por todos lados, gritos que escondían sonrisas se escuchaban por doquier. Los adultos también, entre risas, se acercaban con el ademán de saludar a algún conocido cuando de repente un chorro de espuma le llenaba la cara a su vecino. Ahora los viejos, con sus vestidos y sus ruanas, también jugaban. No eran los que correteaban o los que, ocultos bajo las pieles de oveja, llevaran sus arsenales carnavalescos; su suma al juego era su sonrisa, la alegría y la candidez de un juego del que también hacían parte, porque conocían al genio de la broma o a la víctima del hecho, o por el solo estar allí y disfrutar riendo.
Muchos, todos, caminaban sonrientes, prestos al juego, pero desconocedores de dónde vendría la espuma. A veces alguien solo volteaba y sin siquiera conocerlo descargaba chorros y chorros de espuma, mientras uno y otro también se acercaban a jugar en defensa de quien era atacado o en montonera a volver aún más gigantesco el moño espumoso que se hacía en la cabeza.
Y los viejos y sus vestidos, ¿qué pasó con ellos? Pues sus trajes jamás desentonaron. Era la ropa que tenían, se habían vestido para la ocasión y bendita la ocasión en que su mejor traje coincidió con la fiesta del pueblo. Muchas de las ropas se mancharon, o se mojaron, o incluso se dañaron, pero la sonrisa jamás dejó de estar. Para ellos no hubo preparación o protocolo, ellos solo fueron a su misa y después a jugar. Esa es su manera de acontecer en el carnaval: no hay un accesorio aditivo que sumar, solo su existencia. No había nada que colgar, preparar o prever, no había nada que añadir o cuidar, solo habían ido a su misa y a su carnaval. No existía una ruptura de dos espacios o momentos, su vida era una y la misma cosa, aquí o allá, y quizás para todos debería ser así.
Sepan disculpar los lectores de Heidegger, pero a mis ojos el existencialista alemán había entregado gran parte de su vida a la academia. Su marcada profundidad en la comprensión del ser lo permeaba todo y nada escapaba a la búsqueda de comprensión del ser y su acontecer. Sin embargo, años después, y en una vida ajena a la que había llevado, desde un mundo rural decidió narrar otra forma del ser, y esa también fue la que yo pude ver en la provincia.