Los paros, las manifestaciones las protestas, los mítines, los bloqueos, las huelgas, son formas de expresión de la comunidad en todos los campos, por todas las razones, para bien o para mal, de los indígenas y campesinos, de la burocracia, los empresarios, hasta la rama judicial y los militares, en su momento han tomado las vías de hecho para ser escuchados, para ser reconocidos, para ser tenidos en cuenta o para imponer sus pretensiones.
Uno se pregunta si el dialogo pasó de moda, si ya no se usa, no sirve, o no sabemos dialogar, no podemos o no queremos entendernos; en este país la mayoría de peticiones o reclamos terminan siendo tramitadas por las vías de hecho, saltándose las normas, el conducto regular, el dialogo sensato.
Lo más penoso es que al final se termina cediendo, aceptando las razones del otro para dar por terminado un pleito. Pero, después de un tiempo, la tradición burocrática obliga a hacer otro paro para exigir que se cumpla lo acordado en el paro anterior. De esta manera se multiplican los paros, las protestas, los bloqueos.
Después de las victorias gremiales, con el sacrificio de la comunidad empobrecida, que perdió el trabajo de días, el colegio, y otros que perdieron la vida, porque la ambulancia no pudo pasar, porque no pudo llegar la medicina, porque no se pudo hacer la intervención quirúrgica, o porque el adulto mayor quedó atrapado en la carretera.
Eufemísticamente, en la guerra se los denomina daños colaterales, imponderables, gajes del oficio, imprevistos, riesgos, cifras que quedan en los periódicos para olvidar, pero en realidad son cicatrices imposibles de borrar para las familias. Pero de eso no se habla. Esto es Latinoamérica, una tierra levantisca, rebelde, inconforme, con una burocracia paquidérmica, insensible, autoritaria, con gobernantes más preocupados por la comisión que del servicio.
Con toda razón y derecho se protesta, pero cuando aprenderemos a dialogar, a llegar a acuerdos sin dañar a los demás, sin víctimas, sin empobrecer más a los pobres, sin golpear nuestra débil economía. La protesta necesita funcionarios más responsables y líderes sociales más creativos.
La historia nos recuerda el paro de agosto y septiembre de 2013, la protesta agraria más importante de Colombia, en contra de los altos precios de los insumos agrícolas, los TLC, el contrabando de productos ecuatorianos, las dificultades de acceso al crédito, entre otros reclamos. El gobierno nacional de Santos llego a negar la existencia del paro y dio la orden de despejar las vías por la fuerza, equivocación que dilató el paro y le costó tener que negociar personalmente en Ipiales, junto con el ministro del Interior Fernando Carrillo, y el de Agricultura, Francisco Estupiñán. Como se esperaba, el gobierno incumplió los acuerdos al año siguiente, ante lo cuallas organizaciones sociales tuvieron que amenazar con un nuevo paro en elecciones presidenciales, el gobierno tuvo que abrir nuevamente las negociaciones.
La peor experiencia de protestas ocurrió en el gobierno de Duque, con cuatro años de protestas, inconformismo que terminó con la primera elección de un gobierno de izquierda. Comenzó en 2018 contra una reforma tributaria, se sumaría el rechazo albombardeo militar en el que murieron siete niños, hecho al que el presidente llamó “operación impecable”, y que le costaría el puesto al ministro de defensa Guillermo Botero. Luego un capitán de la policía le disparo a un joven grafitero, Dilan Cruz; en el 2020 varios policías asesinan al abogado Javier Ordoñez, lo que convoca a miles de espontáneos a sumarse a las protestas. La torpeza del gobierno llego a proponer una nueva reforma tributaria con aumento del recaudo del IVA en medio de la crisis de la pandemia. Fueron meses de protestas, torturas, asesinatos y ciudades sitiadas. Se denunciaron en 2021 más de 20 muertos y 800 heridos.
La diferencia de los paros de antes con los de ahora es clara, por lo menos las protestas son respondidas inmediatamente con mesas de negociación, sin ESMAD, sin atropellos ni muertos, sin jugar al desgaste, el hambre y la economía de la gente. Por lo menos hasta que aprendamos a dialogar y a entendernos sensatamente.
LUIS CABRERA