Jaime mira la televisión y se caga de la risa, se cae de su silla, escuchando las mentiras de la gente del poder, él sabe que mienten, él no cae en la trampa del discurso, huele la mentira de lejos, él se divierte mirando el circo de medio pelo de los dirigentes, disfruta la comedia del engaño porque ha descubierto el truco, el arte de la burocracia, la pirueta del funcionario, sabe que el presidente miente, el congresista miente, el ministro miente, el registrador miente, el contralor miente, el defensor, el notario, el general, todos mienten, recitan el vetusto libreto de la democracia, de las instituciones legalmente constituidas, del orden y la justicia. Jaime se caga de la risa.
Jaime no llora, él se ríe, no siente rabia, se la goza, él entiende la tramoya del poder, el montaje, Jaime es experto en analizar a los grandes maestros del histrionismo político, el vendedor de humo profesional, ellos se expresan con acento, gesticulan, se ponen la máscara de la seriedad y la elocuencia, saben aparentar humanismo, declaman algunos artículos de la constitución, algunos refranes, a veces hasta recitan algún poema, Gaitán se da cabezazos en su tumba. Los maestros del sainete generalmente han estudiado en Estados Unidos y Europa, son niños bien educados, de buenas familias, que aprendieron a mentir en inglés y francés, con títulos de doctores en derecho y economía, ellos aprendieron las grandes teorías del desarrollo para gobernar la miseria.
Jaime también distingue a los malos actores, los que apenas están aprendiendo a mentir, los que se enredan en los discursos, los que repiten las clásicas frases “haremos investigaciones exhaustivas hasta sus últimas consecuencias” o, “los castigaremos con todo el peso de la ley”, Jaime se caga de la risa.
Jaime se burla de todo, sabe que nada es serio, él no se come el cuento de las instituciones, le mama gallo a la autoridad, porque sabe que no hay autoridad, que solo son payasas de un circo triste, entonces se disfraza, los imita, los representa en su verdadero papel de monstruos deformes. Después se quitó el disfraz, Jaime los retó a conversar con el embolador, el personaje de la calle que les dice ladrones de frente, que no les cree, que el pueblo hambriento y sin dientes los mira con desprecio.
Jaime Garzón también se caga de la risa mirando a la clase media, ingenua, fanática, partidista, ciega adulando al verdugo, pidiéndole más discursos, más promesas, rogando por ilusiones.
Todavía se escucha su carcajada, cagado de la risa, mamándole gallo al poder, enamorado de la vida, sabiendo que lo iban a matar, cantando por una despedida de carnaval, en tiempo de son, sin velas ni sermón.
LUIS CABRERA